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EL CUENTO NUMERO TRECE (1) ____ DIANE SETTERFIELD

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发表于 2013-1-31 20:20:41 | 显示全部楼层 |阅读模式
本帖最后由 hehim 于 2013-2-1 16:27 编辑

这是个很悲的historia,很触动心灵的relato. 即使现在只是将它抄上来, 我也不能平静地对待它的每一个字.
如果你能看完, 你会理解我的感受. 当年我妈只是单纯地听我述说, 也久久地走不出那浓重的苦涩.
找寻真相,是贯穿整本书的因引. 可是等到它赤裸裸地摊开在我面前时, 我真的是如Winter说的, 宁愿去听一个编织的embuste, 至少它不会那么伤人.


La carta

Era noviembre. Aunque todavía no era tarde, el cielo estaba oscuro cuando doblé por Laundress Passage. Papá había terminado el trabajo del día, apagado las luces de la tienda y cerrado los postigos; no obstante, para que yo no entrara en casa a oscuras, había dejado encendida la luz de la escalera que subía hasta el piso. A través del crsital de la puerta un rectángulo blanquecino de luz se proyectaba sobre la acera húmeda, y fue mientras me hallaba en ese rectángulo, a punto de dar vuelta a la llave en la cerradura, cuando vi la carta. Otro rectángulo blanco, justo en el quinto peldaño empezando por abajo, donde no pudiera pasarme inadvertida.

Cerré la puerta y dejé la llave de la tienda en el lugar acostumbrado, detrás de `` los principios avanzados de geometría´´, de Bailey. Pobre Bailey. Nadie se ha interesado por su libro gordo y gris en treinta años. A veces me pregunto qué piensa de su papel de custodio de las llaves de la librería. Dudo mucho que sea el destino que tenía pensado para la obra maestra que tardó veinte años en escribir.

Una carta para mí. Todo un acontecimiento. La dirección del sobre de esquinas crujientes, hinchado por los gruesos pliegues de su contenido, estaba escrita con una letra que seguramente había dado algún quebrado de cabeza al cartero. Si bien el estilo de la caligrafía era desnudo, con las mayúsculas excesivamente adornadas y recargadas florituras, mi primera impresión fue que la había escrito un niño. Las letras parecían balbucientes. Los irregulares trazos se desvanecían en la nada o dejaban una profunda marca en el papel. Las letras que componían mi nombre no daban sensación de fluidez. Habían sido trazadas separadamente--M A R G A R E T L E A --, como si cada una de ellas constituyera una nueva y colosal empresa. Pero yo no conocía a algún niño. Fue entonces cuando pensé: ``es la letra de una persona enferma´´.

Me embargó una sensación extraña. Había uno o dos días, mientras estaba haciendo mis tareas con calma y en privado, un desconocido--un extraño--se había tomado el trabajo de escribir mi nombre en ese sobre. ¿Quién era esa persona que había estado pensando en mí sin que yo hubiera albergado la mínima sospecha?

Todavía con el abrigo y el sombrero puesto, me dejé caer en un peldaño de la escalera para leer la carta. (Nunca leo sin antes estar segura de que me hallo en una posición estable. Conservo esta costumbre desde que tenía siete años, cuando, sentada sobre un muro alto leyendo ´´los niños del agua´´, tan cautivada me tenía la descripción de la vida submarina que inconscientemente relajé los músculos. En lugar de flotar en el agua que con tanta nitidez me rodeaba en mi imaginación, caí de bruces al suelo y perdí el conocimiento. Todavía se me nota la cicatriz debajo del flequillo. Leer puede ser peligro.)

Abrí la carta y saqué media docena de hojas, todas ellas escritas con la misma letra laboriosa. Debido a mi trabajo poseo experiencia en leer manuscritos difíciles. No tiene mucho secreto. Solo se requiere paciencia y práctica. Eso y una buena disposición para educar el ojo interior. Cuando lees un manuscrito dañado por el agua, el fuego, la luz o sencillamente el paso de los años, la mirada necesita estudiar no solo la forma de las letras, sino también otras marcas. La velocidad de la pluma. La presión de la mano sobre el papel. Pausas e intensidad en el ritmo. Hay que relajarse. No pensar en nada. Hasta que finalmente despiertas en un sueño donde eres al mismo tiempo la pluma que vuela sobre la vileta y la vileta, y sientes la carica de la tinta haciéndote cosquillas en la superficie. Es entonces cuando puedes leerlo. L intención del escritor, sus pensamientos, sus titubeos, sus deseos y su significado. Puedes leer con misma claridad que si fueras la vela que alumbra el papel mientras la pluma se desliza por eél.

Esta carta no representaba en absoluto semejante desafío. Comenzaba con un seco ``señotita Lea´´; de ahí en adelante, los jeroglíficos se transformaban por só solos en caracteres, luego en palabras, después en frases.

He auí lo que leí:


    En una oacsión concedí una entrevista al Banbury Herald. Debería ponerme a buscarla un día de estos, para la biografía. Me enviaron un tipo extraño. Enrealidad, solo un muchacho.                      Alto como un hombre, pero con mofletes de adoscelente. Incómodo dentro de su traje nuevo, que era marrón y feo, pensado para un hombre mucho mayor. El cuello, el corte, la tela, todo era desacertado. Era la clase de traje que una madre compraría a su hijo cuando este deja el colegio para incorporarse a su primer empleo, segura de que el muchacho acabaría llenándolo. Pero los muchachos no dejan atrás la niñez en cuanto dejan de vestir el uniforme del colegio.

    Había algo peculiar en su actitud. Intensidad. Nada más posar mis ojos en él, pensé:``Hummmm...., ¿qué habrá venido a buscar?´´

    No tenfo nada en contra de las personas que aman la verdad, salvo el hecho de que resultan ser una compañía tediosa. Mientras no les dé por hablar de la sinceridad y terminen contando embuestes--eso, lógicamente, me irrita-- y siempre y cuando me dejen tranquila, nunca pretendo hacerles ningún daño.

    Mi queja no va dirigida a los amantes de la verdad, sino a la verdad misma. ¿Qué auxilio, qué consuelo brinda la Verdad en comparación con un relato?¿Qué tiene de bueno la Verdad a medianoche, en la oscuridad, cuando el viento ruge como un oso en la chimenea?¿Cuando los relámpagos proyectan sombras en la pared del dormitorio y la lluvia repiquetea en la ventana con sus largas uñas? Nada. Cuando el miedo y el frío hacen de ti una estatua en tu propia cama, no asíes que la Verdad pura y dura acuda en tu auxilio. Lo que necesitas es el mullido consuelo de un relato. La protección balsámica, adormecedora, de una mentira.

    Hay escritores que destetan las entrevistas. Se indignan. Las mismas preguntas de siempre, se quejan. ¿Y qué esperan? Los periodistas son meros gacetilleros. Nosotros, los escritores, escribimos de verdad. El hecho de que ellos hagan siempre las mismas preguntas no significa que tengamos que derles siempre las mismas respuestas, ¿o sí? Bien mirado, nos ganamos la vida inventadndo historias. Así que concedo docenas de entrevistas al año. Centenares en el transcurso de una vida, pues nunca he creído que el talento deba mantenerse guardado bajo llave, fuera de la vista, para que prospere. Mi talento no es tan frágil como para encogerse frente a los sucios dedos de los reporteros.

    Durante los primeros años hacían cualquier cosa para sorprenderme. Indagaban, se presentaban con un retazo de verdad escondido en el bolsillo, lo extraían en el momento oportuno y confiaban en que yo, debido al sobresalto, hablara más de la cuenta. Así que tenía que actuar con tiento. Conducirles poco a poco en la dirección que yo quería, utilizar mi cebo para arrastrarlos suave, imperceptiblemente, hacia una historia más bella que aquella en la que tenían pueato el ojo. Una maniobra delicada. Sus ojos empezaban a brillar y disminuía la fuerza con que sujetaban el pedazo de papel, hasta que les resbalaba de las manos y quedaba allí, tirado y abandonado en el borde del camino. Nunca fallaba. Sin duda, una buena historia deslumbra mucho más que un pedazo de verdad.

    Más adelante, cuando me hice famosa, entrevistar a Vida Winter se convirtío en una suerte de rito de iniciación para los periodistas. Como ya sabían más o menos qué podían esperar, les había decepcionado marcharse sin una historia. Un recorrido rápido por las preguntas (``¿Cuál es su fuente de inspiración?´´,``¿Basa sus personajes en gente real?´´,``Qué hay de usted en el personaje principal?´´), y cuando más breves eran mis respuestas, más me lo agradecían. (``Mi cabeza´´,``No´´,``Nada´´) Luego les daba un poco de lo que estaban esperando, aquello que habían venido a buscar en realidad. Una expresión soñadora, expectante, se apoderaba de sus rostros. Como niños a la hora de acostarse. ``Y ahora usted, señorita Winter -- decían --, cuénteme cosas de usted.´´

    Y yo contaba historia; historias breves y sencillas, nada del otro mundo. Unos pocos hilos enretejidos en un b onito patrón, un adorno memorable aquí, un par de lentejuelas allá. Meras migajas sacadas del fondo de mi bolsa de retales. Hay muchas más en ella, centenares. Restos de relatos y novelas, tramas que no llegué a terminar, personajes malogrados, escenarios pintorescos a los que nunca encontré utilidad narrativa. Piezas sueltas que descartaba cuando revisaba el texto. Luego solo es cuestión de limar las orillas, rematar los cabos y ya está. Otra biografía completamente nueva.


    Y se marchaban contentos. Apretando la libreta con sus manazas como niños cargados de caramelos al final de una fiesta de cumpleaños. Ya tenían algo que contar a sus nietos. Un día conocí a Vida Winter y me contó una historia.

    En fin, el muchacho del Barbury Herald. Me dijo:``Señorita Winter, cuénteme la verdad´´.¿Qué clase de petición es esa? He visto a tantas personas tramar toda suerte de estratagemas para hacerme hablar que puedo reconocerlas a un kilómetro de distsancia, pero ¿qué era eso? Era ridículo. ¿Qué esperaba ese muchacho?

    Una buena pregunta. ¿Qué esperaba? En sus ojos habían un b rillo febril. Me observaba con detenimiento. Buscando. Explorando. Perseguía algo muy concreto, estaba segura. Tenía la frente húmeda de sudor. Quizá estuviera incubando algo. ``Cuénteme la verdad´´, dijo.

    Tuve una sensación extraña por dentro, como si el pasado estuviese cobrando vida. El remolino de una vida anterior revolviendo en  mi estómago, generando una marea que crecía dentro de mis venas y lanzaba pequeñas olas frías para lamerme las sienes. Una agitación desagradable. ``Cuénteme la verdad.´´

    consideré su petición. Le di vuelda en mi cabeza, sopesé las posibles consecuencias. Me inquietaba ese muchacho, con su rostro pálido y sus ojos ardientes.

    ``De acuerdo´´, dije.

    Una hora más tarde se machó. Un adíos apagado, sin una sola mirada atrás.

    No le conté la veerdad. ¿Cómo iba a hacerlo? Le conté una hstoria. Una cosita pobre, desnutrida. Sin brillo, sin lentejuelas, únicamente unos pocos retales insulsos y descoloridos toscamente hilvanados y con los bordes deshilachados. L a clase de historia que parece extraída de la vida real. O, mejor dicho, de lo que la gente supone que es la vida real, lo cual es muy diferente. No es fácil para alguien de mitalento crear esa clase de historias.

    Lo contemplé desde la ventana. Se alejaba por la calle arrastrando los pies, los hombros caídos, la cabeza gacha, y cada paso le suponís un esfuerzo fatigoso. Nada quedaba de su energía, de su empuje, de su bría. Yo había acabado con ellos, pero no tengo toda la culpa. Debería haber sabido que no debía creerme.

    No vilví a verle.

    L asensación, la marea en el estómago, en las sienes, en las yemas de los dedos, me acompañó durante mucho tiempo. Subía y bajaba al recordar las palabras del muchacho. ``Cuénteme la verdad.´´ ``No´´, decía yo una y otra vez. No. Pero la marea se negaba a aquietarse. Me atudía; peor aún, era un peligro. Al final le propuse untrato. ``Todavía no.´´ Suspiró, se retorció, pero poco a poco se fue calmando. Tanto que prácticamente me olvidé de ella.

    Hace tanto tempo de eso. ¿Treinta años?¿cuarente? Tal vez más. El tiempo pasa más deprisa de lo que creemos.

    Últimamente el muchacho me ha estado rodando por la cabeza. ``Cuénteme la verdad.´´ Y estos días he vuelto a sentir ese extraño remolino interno. Algo está creciendo dentro de mí, dividiéndose y multiplicándose. Puedo notarlo en el estómago, algo redondo y duro, del tamaño de un pomelo. Me roba el aire de los pulmones y me roe la médula de los huesos. El largo letargo lo ha cambiado; de dócil y manejable ha pasado a ser peleón. Rechaza toda negociación, paraliza los debates, exige sus derechos. No acepta un no por repuesta. La verdad, repite una y otra vez, llamando al muchacho, contemplando su espalda mientras se aleja. Luego se vuelve hacia mi, me estruja las tripas, las retuerce. ¿Hicimos un trato, recuerdad?

    Ha llegado el momento.

    Venga el lunes. Enviaré un coche a la estación de Harrogate para que la recoja del tren a las cuatro y media.

                                                                                                                                                                                                                                       VIDA WINTER




   









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