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¿Y cÓmo vienen los chinos? Listo el fondue, pero alguien olvidó comprar el pan, no hay problema, hasta las once está abierto el chino, y de paso, en el mismo chino le venden el postre.
Lo mismo para quien olvidó comprar servilletas, o para el papá que tiene que comprarle medias a su hija porque metió los pies en un charco. Para todo tipo de olvidos, de accidentes, o compras a cualquier hora, en Madrid hay un chino. La palabra vale para dos tipos de tienda: las de comida y las de mercancía barata, antiguamente llamadas Todo a cien, en honor a las difuntas pesetas. Ahora se les rebautizó como chinos, por la nacionalidad de los hombres y mujeres que prácticamente viven en ellas.
No se sabe cuántos chinos hay en Madrid, son un colectivo tan enorme como desconocido, y por momentos da la sensación que se reproducen por esporas. Ahora es habitual ver que los comercios tradicionales están cerrando. Puede deberse a la crisis mundial, a que la gente prefiera comprar en hipermercados, o porque los objetos que se vendían eran francamente innecesarios; pero lo cierto es que en pocas horas ese local será ocupado por un chino, con un televisor emitiendo películas en su lengua, y abrirá en tiempo récord con la mercancía apilada hasta el techo, ordenada y con cada artículo marcado con un precio irrisorio en color anaranjado. Y así, de este modo, funcionan los chinos: son gente con una capacidad de trabajo impensable, ordenada y eficiente hasta la extenuación.
Sin embargo detrás de esta eficiencia seudo robótica para trabajar, se oculta una realidad escabrosa: una mafia les controla los pasos, los ingresos, y prácticamente ningún ciudadano chino puede prescindir de la fuerza de la mafia para prosperar siendo extranjero.
Para entrar en un país como España a los chinos de la República Popular se les exige una visa que es difícil de obtener, y sin ella, el único caso que les permite la entrada a este país es la reagrupación familiar. Por lo tanto, casi todos los chinos que se ven por Madrid son ilegales. Su situación irregular es el génesis de la mafia. La mafia trafica con ellos, los Cabeza de Serpiente, como se les conoce a las personas que los trasladan, les cobran entre veinte mil y treinta mil euros por traerlos, y luego los instalan, bajo condiciones de semiesclavitud, en diferentes actividades comerciales para saldar su deuda. Unos van a trabajar a restaurantes chinos, otros llegan a talleres textiles clandestinos, otros a las tiendas de baratijas, y otras, aún con peor suerte, son llevadas a ejercer la prostitución. Las fuerzas de seguridad españolas saben que con un mismo pasaporte traen a muchos chinos, pues se valen de que los agentes de migración piensan que todos los chinos son iguales, que son reservadísimos, y que ninguno habla español. Esto último puede llegar a ser sorprendente. Entablar un diálogo con un chino de estos comercios es una tarea digna de canonización, porque un chino sólo se sabe el español básico para tomar nota en un restaurante, o para decir el precio de un libro de colorear. Si se le pregunta si esa antena de televisión le salió cara, dirá sonriendo sí, sí. Si se le pregunta si sabe quién fue Marco Polo, dirá sonriendo, sí, sí, pero si se le pregunta si él se llama Juan Pablo II, el chino asentirá con la cabeza y dirá también, sí, sí, al tiempo que cobrará un euro por una papas fritas.
Son gente de clan, no se mezclan, no se enamoran de gente de otra raza, hacen los exámenes de manejar con traductor, ponen sus mensajes para buscar trabajo en chino y jamás se sientan a comer en un restaurante que no sea para chinos. Pero lo que más le llama la atención a la policía es su forma de hacer negocios. Los chinos, dada su condición ilegal, no son usuarios de bancos. Lo que los chinos compran se paga en mano; y esto quiere decir que los locales que abren a diario como si fueran champiñones, los han pagado en efectivo, con maletines repletos de euros. Y si están verdaderamente interesados en un local, se plantan frente a su dueño y le ofrecen lo que él pida. La misma policía ha visto que, si se encaprichan por un local, es porque tienen ganas irrefrenables de conquistar la calle en la que se encuentra, y que pueden llegar a ser en extremo convincentes. Pero todo esto no causa alarma social, no se les conoce por ser conflictivos, y por más que estén por todas las esquinas, son silenciosos, nunca aparecen en los noticieros, y dentro de su estilo de vida, casi calcado de los insectos, parece que llevan impreso la orden de no dar de qué hablar, aunque esta vez había que dedicarles una columna.
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