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 Me identifico mucho con algunos de sus pensamientos. Es ecologista, agnóstica y feminista....
Bella y oscura (fragmento)
" El amor no es sino la acuciante necesidad de sentirse con otro, de pensarse con otro, de dejar de padecer la insoportable soledad del que se sabe vivo y condenado. Y así, buscamos en el otro no quien el otro es, sino una simple excusa para imaginar que hemos encontrado un alma gemela, un corazón capaz de palpitar en el silencio enloquecedor que media entre los latidos del nuestro, mientras corremos por la vida o la vida corre por nosotros hasta acabarnos. "
No son locos....
Hace unas semanas, un joven arrojó a las vías del metro de Madrid a una muchacha, que perdió una pierna a consecuencia de ello. Un terrible y escalofriante suceso que ha sido aireado hasta la saciedad en los periódicos
De cuando en cuando ocurre en nuestro país una agresión así, un incidente grave ocasionado por una persona que padece una enfermedad mental. Si se revisaran los archivos, se podría comprobar que estos actos fatalmente violentos son bastante raros. Pero saturan de tal modo y durante tanto tiempo los medios de comunicación que parecería que los mal llamados locos constituyen una de las principales amenazas de nuestra sociedad.
La realidad, sin embargo, es bien distinta. Todos los días, personas supuestamente normales cometen actos horribles de diversas índoles: hombres que pegan a sus mujeres hasta matarlas; gamberros que queman vivos a mendigos e inmigrantes; padres y madres que maltratan brutalmente a sus hijos pequeños; pedófilos que abusan de los niños; macarras que secuestran y apalean a extranjeras y las obligan a prostituirse… Por mencionar tan sólo algunas de las muchas barbaridades cotidianas que suceden en nuestra sociedad. Como en España hay unas 800.000 personas con problemas psíquicos, se diría que el porcentaje de actos violentos que comete este colectivo es ínfimo comparado con los crímenes de los demás ciudadanos.
Por favor, no añadamos más dolor, con nuestros prejuicios, al agudo sufrimiento de la enfermedad mental. La psicosis es un padecimiento grave y crónico, pero, bien tratados y bien integrados en su entorno, los enfermos pueden llevar una vida prácticamente normal. Lo malo es que esas circunstancias, el buen tratamiento, la buena integración, se dan pocas veces, justamente porque la sociedad los degrada y los rechaza, porque les impide ser personas. De entrada, los llamamos locos. O esquizofrénicos. O psicóticos. Como si no fueran más que eso, como si la enfermedad hubiera devorado todo su ser, aniquilando su personalidad. Sin embargo, cuando alguien padece un tumor maligno no decimos de él que es un canceroso, sino que es un enfermo de cáncer. Eso es lo primero que hay que conseguir: el respeto a la persona enferma, que no ha desaparecido, que sigue existiendo por detrás de su dolencia, con su voluntad, su dignidad, su inteligencia. Si la sociedad respetara más a los enfermos mentales, sin duda ellos podrían respetarse mucho más a sí mismos y estarían más apoyados y motivados para seguir los tratamientos, para luchar contra su mal, para quererse a sí mismos y cuidarse.
Los padres de estos enfermos (y sobre todo las madres, porque muchas veces los hombres tiran la toalla y se van del hogar) conocen bien el estado de abandono e indefensión en que se encuentran tanto los enfermos como sus familias. Desde luego se necesitan más Centros de Día, servicios ambulatorios en donde estos pacientes puedan recibir medicación y una cierta socialización. Pero eso, aun siendo una ayuda, no es suficiente. No basta con aparcarles durante el día en centros aislados y especiales para que se entretengan haciendo labores manuales. Hagamos un esfuerzo por cambiar nuestra mentalidad y dejar de marginar al enfermo mental. Por dejar de atizar el fantasma del miedo, como sucede cada vez que ocurre un incidente, y ofrecer una verdadera posibilidad de integración social. Hay algunas organizaciones, como la formidable Fundación INTRAS, que reeduca profesionalmente y fomenta la reinserción laboral de estos pacientes. Y en 2002 se puso en marcha en España el interesantísimo proyecto REdES, que consiste en proporcionar trabajo a personas con enfermedad mental crónica en el área de las nuevas tecnologías. Desde entonces, tres pacientes, Mamen, Eduardo y Lucía, se dedican a crear y mantener páginas web. Toman regularmente su medicación, han desarrollado su capacidad de convivencia, están bien insertados en el mundo y son brillantes, competitivos y eficientes en su trabajo. Son, en fin, personas completas, aunque estén enfermas.
INTRAS, REdES y otras iniciativas internacionales de este tipo demuestran que la verdadera integración del enfermo mental no es una utopía ni un cuento voluntarista y edulcorado. Desde luego, el proceso no es fácil: y no sólo porque se trata de una dolencia grave y compleja, sino también, y sobre todo, por el espesor de nuestros prejuicios, por la ignorancia y la indiferencia de los llamados normales. Para cambiar la sociedad hay que empezar por cambiar uno mismo: por ejemplo, no utilicemos irreflexivamente la palabra loco. Y no olvidemos que detrás de la enfermedad siguen existiendo las personas.
Criaturitas
son esos dos (supuestos) monstruos de dieciocho años que (supuestamente) abrasaron viva a una indigente, acompañados por un menor de dieciséis años, Juan José, de quien leí en un periódico que, tras ver arder a la mujer, se marchó a una fiesta. Permítanme que espolvoree este texto con el cansino latiguillo de lo supuesto, por el aquel de las cautelas legales. No hubo nada de hipotético, sin embargo, en el tormento estúpido y atroz de la pobre víctima; y desde luego los tres chicos estuvieron allí. Ahora dicen que creyeron que el líquido era agua, aunque estaba etiquetado con grandes letras de peligro, tóxico e inflamable. Criaturitas: tal vez no lo supieron leer, en su analfabetismo funcional de estudiantes pésimos.
Unos supuestos amigos de Oriol y Ricard dicen que ya habían atacado antes a mendigos e inmigrantes, que disfrutaban de manera especial meándose en ellos y que grababan las vejaciones en el vídeo del móvil. Si esto es verdad (falta probarlo), me recuerda un reciente caso de Valencia, el tormento de ese chaval de doce años machacado por chicos de catorce que grababan las palizas en sus teléfonos. ¿Qué demonios está pasando con los niños? Chicos que se suicidan para huir del maltrato, como Jokin; o esas adolescentes de Valladolid a las que unos gamberros han grabado la esvástica a fuego en el trasero. ¿Habrán filmado también todo esto los verdugos, el terror agónico de Jokin, los hierros abrasando la carne de las crías? El Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia dice que los niños españoles se pasan 930 horas al año frente a la tele y sólo 900 en el colegio. Cada hora ven entre cinco y diez actos violentos, y está demostrado que cuanta más violencia filmada contemplen de niños, más agresivos serán a los dieciocho. Ahí están nuestros hijos, aparcados pasivamente ante el televisor y entregados al regodeo de la sangre artificial y de los programas bazofia, que acaban por convertirse en un modelo de vida. Por eso tienen que grabarlo todo con sus móviles: si no, no saben verse ni sentirse. Tienen que meter sus pequeñas vidas en las pequeñas pantallas de los teléfonos, para parecerse a sus héroes, a sus colegas: a esa basurilla del Gran Hermano. |
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